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Ver al mundo es deletrearlo: figuración literaria de la identidad mexicana en El testigo de Juan Villoro (página 2)



Partes: 1, 2

Tanto en Los detectives salvajes como en El testigo, hay personajes que viajan y van tras los pasos de un poeta (en Villoro, el poeta "real" López Velarde, en Bolaño, la poeta "inventada" Cesárea Tinajero) y también en ambas novelas asistimos al movimiento por el cual la prosa relee a la poesía. Del mismo modo, el tema del "taller literario", tan presente en El testigo, es caro a Bolaño. En Estrella distante y Nocturno de Chile los talleres de literatura son espacios infernales,12 potenciales contenedores de asesinos seriales o realizables en casas donde mientras en los salones se discute literatura, en el sótano se tortura a presos políticos. En El testigo, si bien un poco menos apocalíptico en su propuesta, es notable el derrotero de fracasos que los integrantes del taller de Orlando Barbosa recorren. Ramón Centollo pasa de ser la promesa poética del grupo a un casi mendigo alcohólico, habla de "todos los que no sucedimos" para referirse a sus compañeros talleristas. El Vikingo Juan Ruiz termina aplicando los preceptos poéticos de Mallarmé a la producción publicitaria y a la "telebasura", y Félix Rovirosa involuciona de crítico reconocidísimo a asistente del magnate del espectáculo, Gándara.

Podemos ir viendo, entonces, cómo en esta gran máquina de lecturas y relecturas que es El testigo, para cada momento de la historia y de la vida de Julio hay un poema, una novela o, en su defecto, un autor que se corresponde. Vida y poesía establecen una trama de relaciones y la literatura aparece como mediación que permite experimentar lo real. Estamos ante una novela que ostenta sus lecturas y que se articula sobre un personaje protagonista que piensa su pasado y su presente a través de esas mismas lecturas.

Hemos recorrido una serie de textos con los que la novela no solo dialoga sino sobre los cuales se construye. Al menos a primera vista, pareciera que no hay una realidad que pudiera experimentarse sin apelar a esa memoria libresco-literaria que constituye a los personajes y, sobre todo, al protagonista. El regreso, entonces, que en un primer momento se presentaba como la posibilidad de revisar en el pasado la existencia de algún origen, identidad o verdad, se revela como un regreso a las lecturas. Al volver, frente a cada acontecimiento que México trae a su memoria o frente al cual lo sitúa, Julio recuerda alguna lectura: cuando piensa en Nieves, viene a su mente Octavio Paz, los habitantes de Jerez lo hacen pensar en los personajes fantasmáticos de Juan Rulfo, la hacienda de su familia le trae fragmentos de los poemas de López Velarde y recordar su época de universitario es rememorar a los Contemporáneos. Es decir, que en ese presunto origen ya hay una lectura o una interpretación. Tal vez es por eso que los tres fragmentos poéticos que sirven de epígrafes a la novela (K. Cavafis, A. Por- chia y F. Pessoa) proponen la posibilidad de un regreso (al origen o al hogar) primero largo y, finalmente, al mejor estilo nietzscheano, eterno.

Leer y escribir: identidades dislocadas

La figura del lector y la lectura como actividad no solamente están presentes en la trama de El testigo a partir de las citas de autores literarios variados que venimos evocando, sino que también hay otras actividades de lectura y hay otros lectores, otras escenas en donde la letra y la escritura están implicadas. En primer lugar, el archivo del tío Donasiano, como la gran memoria escrita de San Luis Potosí, recoge de modo fragmentario y desordenado millones de documentos frente a los cuales Julio aparece como el indicado por las expectativas colectivas para ordenarlos y clasificarlos, tanto para dar un sustento teórico al proyecto televisivo en torno a la Guerra Cristera y López Velarde como para intentar dar nuevas respuestas sobre el pasado mexicano en un momento de encrucijada política y cultural. En este sentido, el trabajo de lectura se transforma en otorgador de sentido y edificador de la historia. Dice Donasiano sobre el trabajo de Julio con el archivo: "Todo el mundo tiene historias pero muy pocos tienen destinos" (Villoro, 2012: 225). Como en "Pasado en Claro", donde nombrar es traer a la existencia, el tío Donasiano es también un lector de "Los cominos", dice la novela:

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  • En Nocturno de Chile, antes que de "taller literario", sería necesario hablar de "veladas literarias" en casa de críticos o aficionados.

Quedaba claro por qué no había abandonado Los Cominos. Los accidentes del terreno, los brotes de las plantas, el reclamo distante de un pájaro eran el mundo que sabía leer. En ese entorno no podía mirar algo sin nombrarlo. Ciertos nombres de plantas o animales sólo existían en ese sitio, como un lenguaje en extinción (137).

En segundo lugar, hay en El testigo una serie de escenas asociadas a la caligrafía y a la escritura. La primera es aquella en la que se describe un castigo que Florinda le impone a Nieves por haber roto una jarra. Su tía le ata la mano izquierda a la espalda y la obliga a llenar un cuaderno con la frase "La letra es mi alma pura". Si hay algo que Nieves no es a lo largo de la historia, es una muchacha "pura"; la novela la construye más bien como una adolescente díscola y rebelde, por lo cual puede decirse que, en el castigo, simbólicamente, se compensa con la escritura lo que en la realidad ha fallado, fracasado o falta. Tiempo después, Julio en- tiende lleno de espanto que su tía había obligado a Nieves a desaprender el uso de la mano izquierda (su mano hábil natural) y a aprender a escribir con la derecha. La segunda escena en realidad se divide en dos partes simétricas en las que, por igual, la escritura dota a Julio Valdivieso de una vida vicaria. Dentro de la serie de actos infames que definen su vida (entre los cuales está, además de este, acusar a su tía de adulterio) Julio plagia una tesis sobre la generación de los Contemporáneos. Esa tesis le permite viajar a Italia y consagrarse como profesor de literatura. En el presente de la novela, nuevamente Julio es "autor" de una escritura ajena cuando Constantino Portella escribe por él los informes para el Canal de Gándara. Es decir, se producen dos suplantaciones más, como la suplantación entre la mano derecha por la izquierda de Nieves. Podemos ver cómo en la novela la realidad en sí y la vida nunca aparecen sino mediadas por lecturas, como ya dijimos, pero también por escrituras. Se vive por experiencias volcadas en poemas ajenos, sí, pero también se vive en y por escrituras ajenas. La identidad, entonces, está siempre en un lugar dislocado: no en lo más propio del ser sino en la ajenidad de la escritura y la lectura. Dice Donasiano con respecto a un viejo amor: "Te hablé hace un rato de la chinita y sus brazos transparentes contra el sol. Esa imagen me cautivó antes en la Ligia de Quo Vadis?, una belleza pálida como un ánfora. Mi chinita era de otro barro, pero tal vez me gustó tanto porque ya venía leída" (451). 13

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  • Las referencias se van cruzando: Donasiano también
    podría haber recordado a la Ligia de López Velarde (2006),
    "la mártir de pestaña enhiesta" (219) de su poema
    "Treinta y tres". Si en el pasado de Julio y en el campo intelectual
    las mediaciones son siempre literarias, en el caso de la actualidad que
    la novela relata, los nuevos encargados de construir la realidad son los
    medios masivos de comunicación. En el pasaje se ve una degradación:
    de la interpretación de la Revolución que puede brindar la
    poesía de López Velarde o los cuentos sobre la
    Guerra Cristera de Rulfo, se pasa a la telenovela Por el amor de Dios,
    cuya protagonista es la ridícula actriz Vlady Vey, y a un reality
    show acerca del rodaje y de la beatificación de López
    Velarde. El mundo del espectáculo también construye sus castillos
    sobre la historia y la ironía que la novela de Villoro maneja al
    respecto es grande. A esa situación irónica se le añade
    el hecho de que los fondos para filmar el proyecto parecen venir del narcotráfico.
    El Cártel del Pacífico quiere invertir en la zona de Los Cominos,
    perteneciente al Cártel de Juárez. Los narcos son descriptos
    como los modernos cristeros, hombres fanáticos capaz de invertir
    millones en el disparatado proyecto para ganar su salvación. Un dato
    muy peculiar que aparece en una crónica de Villoro sobre narcotráfico,
    "La alfombra roja" (2010), es que el grado de mitificación
    al que los narcos han llegado produjo el surgimiento de los llamados "narcocorridos".
    Las radios los pasan y las antologías de literatura los incluyen,
    según Villoro. Si se realiza una búsqueda en YouTube,
    la mitificación de los personajes del narco no solo se vehiculiza
    en la composición de estos "narcocorridos", sino también
    en el magnífico despliegue de efectos especiales de corte hollywoodense
    que se invierte en sus videoclips, los cuales coronan el proceso de construcción
    heroica de estos nuevos "cristeros" contemporáneos.

La última escena de lectura, que cierra la novela, supondría una aparente contradicción con respecto a la omnipresencia de la cultura letrada o escrita que vengo identificando como predominante en El testigo. ¿Acaso al final de la novela Julio no emprende un camino de progresiva "desindividuación" por el que abandona ese pasado cargado de referencias bibliográficas para acercarse a algún tipo de esencialidad, originalidad ligada a la tierra, a lo natural, a esa mujer rústica que es Ignacia? De hecho, se dice que en ese momento Julio comenzará a "echar raíces" (451), en contraposición a Monteverde, que es el personaje "desarraigado" por excelencia de la historia. Desde que Julio regresa a "Los Cominos" para asistir al rodaje de la telenovela Por el amor de Dios emprende un camino de olvido de sus lecturas que culminará en la escena de la quema del archivo del tío Donasiano. Ese archivo, verdadera memoria escrita de San Luis de Potosí, se destruye y, al destruirse, libera de un gran peso a los personajes. El final trae una suerte de realidad "no mediada" por la literatura, acompañada de un hartazgo frente a la "cita" literaria. Cuando Constantino le dice a Julio: "Hablas como uno de mis personajes ´La realidad imita…", éste responde: "La realidad no da para más, Constantino" (337).

Sin embargo, al final de la novela (y me refiero a los párrafos finales, para ser más precisos), en el espacio menos pensado, la biblioteca reaparece. Julio llega a la casa de Ignacia y encuentra a su amante ayudando a escribir a su hijo. El protagonista queda fascinado ante la caligrafía redonda e infantil que lo atrae nuevamente al mundo escrito. Luego, Ignacia le da para beber agua de semillas y le pregunta a qué "sabe": Julio responde "Sabe a tierra". Y allí, en el lugar mismo donde el significado literal de la frase, su contenido, nos sitúa en el espacio de lo más local, identitario, original y radical (en el sentido de raíz) que es la tierra, se instala la cita literaria con la que El testigo se cierra. "Sabe a tierra", lo sabemos porque la misma novela nos lo dijo en otro capítulo (Cf. 359), es lo que le responde Octavio Paz a Borges cuando éste le pregunta qué gusto tiene el agua de chía que López Velarde nombra en "La suave Patria". Como expresa claramente Ruisánchez Serra: "el virus de la cita aguarda; el niño escribe sus primeras letras y la cultura quemada, al parecer finalmente clausurada en tanto deuda, no acaba de cerrarse" (2008: 154).

Habría, sin embargo, otra línea de lectura (sí, otra más, en esta novela donde las lecturas y las escrituras proliferan y parecen no "cerrar" nunca) que puede ser el punto en el que mi hipótesis se quiebra y el libro puede ser leído de otra forma. Hay en El testigo, toda una serie de figuras que escapan a la omnipresencia libresca o de la cultura escrita: se trata de las sirvientas y de los peones como Eleno o Saturnino. En ellos se percibe una cultura oral que escapa al libro, son el archivo oral de la provincia. Cuando Julio le pregunta a Eleno si conoce los poemas que recita su compadre Librado en el teatro de Jerez, éste contesta: "Los libros no son mi fuerte. He cargado todos los de su tío y sé lo que pesan. Nada más" (455). Asimismo, al ser el "archivo oral", los sirvientes ponen en escena los hechos "crudos", descarnados, sin la mediación poética de la palabra literaria o de los medios masivos de comunicación y, por la cantidad de información que acumulan, son el lugar del posible regreso ominoso de lo reprimido. Esta característica los convierte en seres siniestros para los patrones (es esto, por ejemplo, lo que sucede con Vivian, la criada de Julio en el DF, o con Fulgencia, la sirvienta que delata su amorío con Nieves). Sin embargo, si algo nos enseña la escena del radiostato donde se oye la "tos" de López Velarde en el capítulo seis de la primera parte del libro, es que ese registro oral es inaccesible. La voz real (donde se espera escuchar un secreto) es irrecuperable, y por ende, solo quedan los textos.

Anotaciones finales

Repasemos: un hombre viaja de regreso a México y a su pueblo natal, San Luis Potosí, en busca de explicaciones sobre su pasado y sobre el pasado de su país, las cuales pretende encontrar en esa tierra de origen y en una serie de documentos (el archivo de Donasiano) cuya lectura y ordenamiento no logra realizar. Sin embargo, al volver, solo se encuentra con su propia biblioteca y con las mediaciones contemporáneas de lo real (por ejemplo, la de los medios de comunicación).

Mediante el concepto de lectura y de texto que instaura, El testigo se ubica en las antípodas de las concepciones esencialistas acerca de la superficie y la profundidad que leíamos en El laberinto de la soledad y otros ensayos del "ser nacional" latinoamericano. A diferencia de Octavio Paz, en Villoro el regreso al pasado no es un regreso a la profundidad (la raíz, la entraña, la filiación) sino un regreso a la superficie. ¿Por qué? Porque es un regreso a la literatura, fenómeno superficial por excelencia, no en el sentido de banal o frívolo sino por- que se trata de un acontecimiento puramente lingüístico, un tejido de signos debajo de los cuales no hay nada a interpretar o no hay un sentido último a develar. 14 Al final del viaje de Valdivieso, no hay una profundidad ideal y primigenia sino que la profundidad es, como de- cía Foucault, "restituida ahora como secreto absolutamente superficial" (s/a: 39): la realidad (individual y nacional, pasada y presente) es una red de textos, de tramas de interpretación, de documentos esperando ser leídos.

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  • En este punto sería necesario hacer referencia a un abanico amplio de cierta teoría literaria, por comodidad denominada "posmoderna", que sostiene una concepción de la literatura en este sentido (Susan Sontag, Roland Barthes, Michel Foucault, etcétera).

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Revista del Departamento de Letras

www.letras.filo.uba.ar/exlibris

 

 

 

Autor:

Solange Victory

Universidad de Buenos Aires

Enviado por:

César Agustín Flores

 

Partes: 1, 2
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